viernes, 11 de diciembre de 2020

Del libre cambismo a la apertura

 

Foto: Tomada de Internet

Al que no aprende historia, se la repiten. En eso anda Colombia. Por allá en la segunda mitad del siglo XIX, era un país abierto. La política confirmada y ampliada por los Liberales Radicales en 1863 era la de la libertad total de comercio, incluido el flujo de capitales. Al mismo tiempo, el esfuerzo fiscal era de apenas el 2% del PIB.

Varias cosas hicieron posible entonces la estabilidad económica: en lo fiscal, la expropiación de los bienes de la iglesia que cuadraba las cuentas del erario y en lo cambiario, las crecientes exportaciones de tabaco. Esto último condujo a que la productividad aumentara por encima del 1%. Fue una época en que Colombia crecía casi al mismo ritmo de Argentina y Chile, países que habían priorizado la inmigración.

Hacía 1876, el panorama económico comenzó a oscurecerse, mientras en lo político estallaba una revuelta conservadora con sangrienta represión por el gobierno radical.

El tabaco se marchitó. Competencia externa y caída de precios acabaron con la bonanza. El rey quedó desnudo. Su ropaje teórico, sustentado por John Stuart Mill, volvió a lo invisible que era. Como consecuencia, a falta de exportaciones competitivas, se pagaron la importaciones en metálico, como lo preveía la economía clásica, y, a falta de circulante, se emitieron los primeros billetes de los bancos ¡siempre los bancos!

El país se empobreció. Las escasas cifras dejan entrever un desplome de la productividad, pero el libre comercio continuó siendo artículo de fe. Esto y otros factores políticos y religiosos hicieron exclamar a Núñez: “Regeneración administrativa o catástrofe”, desde su primer gobierno (1880-82). Era el identificar un país inviable donde, entre otras cosas, el libre comercio sorbía la savia de la nación.

Hace unos 30 años, Colombia decidió replicar el modelo anterior a la Regeneración. En el entretanto, muchas guerras y depresiones habían golpeado al país y ante el languidecer de la economía en los años 80, se optó por el nuevo John Stuart Mill: el Consenso de Washington.

Su sustento era el mismo que el de hacía 150 años: los intereses de los países ricos en busca de mercados. Se envolvió en el mismo ropaje del rey, con bien razonadas vestiduras teóricas. Muchos fueron engañados.

Como en la época del tabaco, y con su toque de enfermedad holandesa como entonces, el petróleo y el carbón han servido para enmascarar un estancamiento colombiano entre los que llaman países de desarrollo intermedio, que serán intermedios, o peor, para siempre.

El desplome de los precios de los carbocombustibles y su opaco futuro han dejado a Colombia en pelota, mientras limitaciones para el endeudamiento externo agotan la capacidad para cuadrar la balanza de pagos. Entre tanta apertura y tratados de libre comercio, el país ha aprendido muy bien a importar; exportar debía surgir por combustión espontánea.

Don Sancho Jimeno, el héroe de Cartagena contra los franceses, recordaba que las exportaciones de plata desde Suramérica habían paulatinamente decrecido y que no se despachaba otra cosa. Al mismo tiempo, la importaciones desde España se habían contraído, ya no eran sino vinos de Andalucía. Y Cádiz no era más que un puerto intermedio para mercadería europea. La población de Cartagena de Indias se había reducido a la mitad. Regeneración o…

Rodolfo Segovia Salas
Exministro e historiador.
segovia@sillar.com.co

Fuente: portafolio.co