La fórmula que presentó el gobierno para reactivar la economía es una receta que incurre en los mismos errores del pasado.
Jaime Acosta Puertas
Lo que pudo ser y no fue
En agosto, el gobierno nacional presentó las recomendaciones de la Misión de internacionalización, una entidad creada en 2020 para encontrar una ruta hacia la reactivación económica después de la pandemia y conectar a Colombia con el mundo.
En el momento de su creación, parecía que la Misión iba a ser una iniciativa importante: los países desarrollados y emergentes tomaron decisiones integrales y de mediano plazo en los primeros meses de la pandemia; Colombia, en cambio, ha tenido una respuesta intermitente, tardía e incierta.
La Misión estaba formada por renombrados economistas extranjeros, lo cual hacía pensar que sus recomendaciones contribuirían a reorientar y relanzar el sistema productivo. En el mundo, la economía sufría los impactos de la COVID-19 y, en Colombia, a esto se sumaba nuestra dependencia de los recursos minero-energéticos y de la agricultura, debido a la desindustrialización deliberadamente inducida desde 1991.
La orientación teórica de los comisionados también hacía pensar que no dirían nada nuevo. Hoy salen a la luz las recomendaciones de la Misión y comprobamos que se trata de recetas obsoletas, que no sirven para enfrentar los principales problemas de Colombia: la inequidad, el rezago productivo, el calentamiento global y la falta de conexión internacional.
Una receta fallida
Los documentos técnicos que entregó la Misión lo devuelven a uno al gobierno de César Gaviria, cuando se acentuó el proceso de apertura económica.
Son una cátedra condensada de la vieja ortodoxia del mercado. Su conclusión es que el camino correcto es abrir la economía, exponerla a la competencia internacional y ponerla a competir, aunque sea con limitados instrumentos y capacidades.
Los resultados de esa estrategia también son conocidos: reprimarización del sistema productivo, un mediocre crecimiento sostenido, una mayor inequidad y la destrucción de los recursos naturales.
El modelo de internacionalización que se adoptó durante los 90 pretendía superar una pavorosa guerra interna. Sin embargo, paradójicamente, la estrategia agravó las dificultades que alimentaban el conflicto armado, como la desigualdad y la pobreza. En ese sentido, hay una peligrosa coincidencia entre el neoliberalismo, que empeora las condiciones de bienestar de la población, y la violencia.
A pesar de todo, los nuevos “misioneros” hacen las mismas recomendaciones, basadas en una teoría fracasada, que se llevó a la práctica hace ya treinta años.
La Misión supone que las políticas de desarrollo de Colombia son buenas, que el aparato productivo nacional es satisfactorio y que no se necesitan más empresas nacionales. Según esta lógica, lo importante es producir, exportar e importar para lograr unos beneficios que le permitan al país funcionar aceptablemente y para ello lo mejor es la inversión extranjera directa.
En ese escenario, las empresas de otros países maximizan sus beneficios en nuestro mercado y con eso crean mayores capacidades en investigación y desarrollo y superan en competitividad a las empresas nacionales. Un tipo de competencia desleal.
Argumentos correctos y remedio errados
La Misión pretende crear las condiciones para atraer inversión extranjera directa, pues argumenta que esta inversión eleva la productividad. También señala que eliminar el saldo de aranceles que aún existen beneficia a los más pobres, porque se pueden comprar productos más baratos. Así se dijo en 1991 y así se repite en 2021.
La Misión reitera lo que ya es conocido desde hace décadas: que las exportaciones centradas en los recursos naturales limitan los beneficios del comercio, porque tienen un valor agregado bajo. Dice también que, para obtener los beneficios del comercio, se debe diversificar la canasta comercial y aumentar la oferta de servicios y exportaciones de alta tecnología.
También afirma que debe haber una mayor integración a las cadenas globales de valor con el fin de impulsar las exportaciones y aumentar los ingresos y la productividad, especialmente de insumos intensivos en conocimiento. Esto crea empleo femenino y reduce la brecha salarial, por la producción de bienes “más inteligentes”, que no dependen de la fuerza bruta.
Dice también que la inversión extranjera directa puede complementar el comercio y catalizar la participación en las cadenas globales de valor. Según la Misión, este tipo de inversión mejora la productividad y el crecimiento: en Colombia representa el 14 % del PIB, mientras que en México y Perú representa el 25 % y en Tailandia y Vietnam, el 30 %. Pero a la Misión le faltó mencionar un detalle: México es maquilador por excelencia y en los países asiáticos la inversión extranjera directa se dirige al aprendizaje, mientras se consolidan capacidades productivas y tecnológicas propias.
La Misión agrega que Colombia tiene ventajas en servicios modernos, aunque ahora está concentrada en servicios tradicionales, como turismo y comercio local. Observa que la diversificación y los nuevos servicios implican repensar la política comercial y de integración, a través de la inversión extranjera directa y las cadenas globales de valor. Nada dice que esto también se hace con industrias y servicios de empresas nacionales.
Indica con acierto la Misión que la dependencia de los bienes primarios ha conducido a la devaluación sostenida del peso colombiano, que a su vez afecta el cambio estructural. El dólar tiende siempre al alza porque está atado a los precios de los minero-energéticos.
Esto no cambiará si la economía no se especializa en bienes de alta tecnología. En todo caso, si el petróleo se acaba y no es sustituido por nuevos sectores nacionales innovadores, sino por inversión extranjera directa, el problema cambiario se volverá más grave cada día.
Por último, la Misión recomienda cinco acciones de política, del mismo tipo de las que se impusieron en 1991:
- Adoptar una política que aumente la inversión extranjera directa, la eficiencia del mercado y la competencia.
- Mejorar las oportunidades de exportación, así como la cooperación interinstitucional para superar las barreras al comercio de servicios.
- Racionalizar las barreras no arancelarias y reducir las crestas arancelarias para elevar la competitividad de bienes intermedios y aumentar la competencia en el mercado interno.
- Disminuir los costos y tiempos de comercio transfronterizo para mejorar la participación de las empresas en las cadenas globales de valor.
- Mejorar la competencia para aumentar la productividad de las empresas y el valor de las exportaciones.
¿Qué no dice la Misión?
Una internacionalización exitosa debe partir al menos de cinco políticas, que no menciona la Misión de internacionalización:
- Desarrollo productivo o política industrial que nos lleve a la especialización en unos ciertos sectores industriales y de servicios avanzados, y consolidar lo bueno de la vocación en recursos primarios.
- Ciencia, tecnología e innovación para aumentar la productividad y la competitividad.
- Educación con cobertura y calidad para todos.
- Emprendimiento para impulsar la creación de empresas innovadoras.
- Autonomía de las regiones para desarrollar e insertar a los territorios en la economía mundial.
Esto sin dejar de mencionar la salud, la infraestructura, el medio ambiente, y una política tributaria duradera para la estabilidad macroeconómica y el cambio estructural.
Si Colombia mantiene su modelo de crecimiento y de internacionalización, jamás saldrá de las múltiples trampas de su condición de país intermedio: un crecimiento y un ingreso medios, un alto desempleo, una informalidad creciente, pobreza, inequidad y déficit perpetuo en el comercio de productos y servicios inteligentes. Estas condiciones llevan a un sostenido déficit en la balanza comercial y prolongan la baja productividad y la menor competitividad.
El comercio internacional es la estrategia de salida más importante para globalizar una economía. Sin embargo, el comercio internacional sin cambio estructural no corrige los desequilibrios macroeconómicos, la inequidad y la falta de bienestar para la mayoría de la sociedad.
Por eso asombra que en el sistema nacional de comercio exterior participen once ministerios y no esté el de Ciencia, Tecnología e Innovación. Eso muestra que entre el sistema de comercio y el de investigación hay un divorcio que perjudica al país.
Durante la pandemia, Colombia importó los productos necesarios para combatir la COVID-19 y el Ministerio de Ciencia, Tecnología e Innovación aportó desde la investigación. No obstante, el Ministerio de Comercio no ha hecho nada para que esos desarrollos se conviertan en nuevas empresas y en productos nacionales de exportación de alta tecnología.
Una producción nacional avanzada sustenta una internacionalización positiva, porque requiere construir poderosas capacidades de producción y de innovación. Poco se ganará con esta Misión, si no se fortalecen primero esas capacidades nacionales.
Fuente: razonpublica.com